masa sin entendimiento by Victor Albarracin Llanos

una persona sensata buscaría resolver el problema

como quien cambia una llanta pinchada

o se quita con jabón y esponja una mancha

de salsa de tomate en la camisa blanca.

pero me fui desempersonando

y soy más el neumático sin aire

o la salsa que arruinó la prenda,

y me siento como que no tengo voz.

una masa sin entendimiento,

pero llena de la añoranza

de tu voz y de tus ojos.

no entiendo qué hice tan malo,

tan definitivamente abyecto.

aparte de manchar y desinflarme.

de mi padre by Victor Albarracin Llanos

De mi padre heredé la cara

que se aleja a veces, pero que siempre vuelve.

Una cara de formas alargadas, expandida en la gran cabeza.

Entonces me miro al espejo

y lo veo, más que verme, casi que todos los días.

Como si viviera ahí, al otro lado de un reflejo

en el que siempre me he reflejado.

Los familiares más viejos, que me conocieron de niño,

hasta la última vez, me llamaban “Jorge chiquito”.

Y claro que me quedo chico cuando miro su vida esforzada

y veo en su cansancio sin tregua el tiempo que pude ocupar

leyendo poemitas y novelas

que me acabaron volviendo esto

para bien y para mal.

Hoy, frente al espejo, voy a comerme un pastel

mientras me miro a la cara, esa cara que es la suya.

Tal vez sople una velita, mientras canta Louis Armstrong

Porque siempre le gustó la del mundo maravilloso.

iluminarse by Victor Albarracin Llanos

Toda iluminación real surge de las tinieblas y no de tu coach.

Lo saben los cazadores de rayos en Japón cuando, en medio de la tormenta,

corren por el campo, azotados por lluvia y viento

para atraer la fuerza devastadora de la energía atmosférica.

Abrir los ojos y la boca para que la electricidad salga sin obstáculo: beso y adiós.

No contener el rayo, no querer hacerlo propio; luz que te pega y te deja a oscuras.

Se recibe la iluminación disponiéndose a morir y buscando quedar vivo.

La iluminación es la ceguera lechosa que deja el rayo que te quema los ojos,

que deja esas marcas en la piel en forma de centella, de raicilla, de neuronas y micelio.

Formas todas del penetrar lo oscuro. Todas cargadas de consecuencias.

Iluminarse: ser consecuente con las consecuencias de un afán de ver.

Iluminarse es ya no ver los decorados del mundo,

es ya no percibir más luz que la que te cegó para la vida funcional.

En el desvanecimiento de lo inmediato,

en la confianza en una mano sin carne que te lleva y te sostiene,

sin promesa y sin palabra; sin dejarte caer.

Iluminarse es saber que solo caerás ante tu muerte

para disolverte en la nada tras haber brillado un instante.

Vivo en la luz del trópico, bajo cielos azules de nubes suaves, de atardeceres dorados y de brisas silbadoras. Los rayos caen lejos, cuando hay tormenta y puedo verlos, de vez en cuando, tibio y seco tras los ventanales. Las pupilas de los iluminados se blanquean, quemadas para siempre porque deben no ver esto para ver lo otro. No sé por qué estoy escribiendo esto, no lo había pensado, aunque sospecho haber escrito antes cosas parecidas. Solo me senté y salió, casi sin que me importe; curioso, eso sí, de pensar en dónde se acurrucaba ese pensamiento que no vi llegar, que emergió sin descarga, sin chispazo, más bien como una botella plástica de gatorade arrastrada por la marea a mi playa mental, adonde llegan todo el tiempo basuras inorgánicas que se me acumulan por ahí, sin pudrirse. No sé de dónde salió esa idea de los cazadores de rayos en Japón, no creo haberla leído, ni la vi en ninguna peli, ¿o sí? Creo que estoy escribiendo esto como respuesta inconsciente a la película flojísima de Guillermo del Toro que vi ayer, tan floja que ni Rooney Mara pudo salvarla. En fin, era una peli sobre un falso vidente, tan falso como todos nosotros, quemándonos las pupilas de a pocos en las pantallas de nuestras vidas vueltas snapshots y pensamientos inanes con los que alimentamos a los dioses de nuestra existencia social telediseminada.

una postulación laboral, o el trabajo del querer by Victor Albarracin Llanos

“Señor, protégeme de lo que quiero”, dijo primero Pablo Picasso y, luego, sin el “Señor”, lo repitieron Jenny Holzer y los de Placebo. Hoy, ya no pedimos que nadie nos ofrezca esa protección ante el querer porque ya no tenemos idea de qué queremos ni de cómo querer. Estoy aquí sentado hace horas, intentando escribir una carta de motivación para postularme a un empleo que no quiero (como no quiero ningún otro empleo en la vida) pero que necesito, muy a pesar mío, para subsistir.

Quisiera entonces escribir en esa carta que me gustaría trabajar para que vivamos y no emplearme para que yo subsista, pero es evidente que solo mentir sirve para quedarse con un puesto y para perpetuar la mera supervivencia sin ilusión del empleo sin trabajo, porque emplearse, en contra de la definición más básica de trabajo que nos ofrece la física, implica hacer el mayor esfuerzo posible para que nada se mueva. Yo quisiera escribir en la carta que querer no debería necesitar que nos protegiéramos de lo querido sino que nos entregáramos a ello, al ejercicio de querer. Tal vez así, poco a poco, dejemos de sentirnos inqueribles y, tal vez así, queriendo sin miedo, la supervivencia se haga vida y el posible dolor del querer produzca belleza y no ataques de nervios.

Escribo mentiras mientras pienso en la verdad, es decir en el querer, porque no hay falsedad queriendo. Escribo mentiras mientras me callo el querer querer, el querer quererte y el querer que nos queramos, imperfectos e incompletos pero vivos y juntos. Nada de eso, desafortunadamente, tiene que ver con buscar empleo ni con el vacío en el estómago de saber que nuestros quereres habitarán la distancia y no la cercanía de una misma cama, de unas noches juntos y de días en los que podríamos andar mancomunados para que todo se moviera, en pos de un mundo muy otro.

Pero aún así, sin correspondencia, el querer modela y reforma, abre salas y salones donde el pensar en lo querido nos llena de una emoción preñada de esas lágrimas dulces que disuelvan todas las burocracias de la supervivencia para dejarnos agrietados y llenos de brisa y de destellos. Señor, no me protejas de lo que quiero, protégeme del sobrevivir ramplón y seco.

la otán del apañe by Victor Albarracin Llanos

En medio de tanta geopolítica, no voy a hablar de los rusos ni de los ucranianos, no quiero dármelas de experto ni controvertir los mensajes, todos indiscernibles, de este comienzo de guerra. No pondré una banderita, ni de Ucrania ni de Rusia, porque la gente jodida, la más jodida de toda, seguro que ni bandera tiene. En medio de estos y aquellos, de los unos y de los otros, ¿dónde quedamos nosotros? Dónde quedamos nosotros, digo, para vernos y para arruncharnos ahora que nada más importa. Sin parcela ni casa propia, sin cultivos ni nacimiento de agua, no hay chances de supervivencia. Sólo nos queda el consuelo de la cama en un rincón donde, un poco apretaditos, por fortuna, nos haríamos caber ambos. Pero no se dan las cosas, como no se dan la fe, ni la esperanza ni la caridad. Están volviendo los días, tras la tregua de estos meses, de descubrirnos pensando, cuando estamos distraídos, que vamos a morirnos solos y que no hay mayor tristeza. En mi fantasía es distinto, distinto e igual de irreal que todos los comunicados que emite la hegemonía. Mi fantasía es distinta, la de palmarla junticos, la de esperar en silencio, agarrados de la mano. Hoy vi que a Latinoamérica no la alcanzarían los misiles, así que no moriremos por explosiones diversas, a menos que sean las locales, de bombona certificada, pintada por nuestros soldados con el logo de los elenos. Todo eso me rebasa y preferiría abrir la botella, servir un par de copas, dejar el cuarto a oscuras para poder llorar sin vernos, elevando la humedad ambiente en la que se respira mejor. Todos nos morimos solos, nadie nos quita ese imperio, pero una mano solidaria, asustada y tembleque de nervios de punta bastaría para mejorarlo todo en este rinconcito tenue. Y claro, tal vez no muramos aún, ni así, ni por mano de terceros, tal vez nos toque a la próxima: no pandemia sino guerra, no guerra sino sismo, no sismo sino inundación, no inundación sino sequía, no sequía sino hambre, no hambre sino tristeza. Y nada quita la tristeza mejor que sentirla abrazados. Dónde está la OTAN del apañe, dónde la artillería amorosa, para, en la última risa, que se verá igual que un grito, ver arder el mundo y consumirnos sin miedo.

una residencia que no gané by Victor Albarracin Llanos

Empecé a pensar con juicio en lo que significa coexistir mientras hacía la maestría, hace más o menos ocho años. Me interesaba la idea de vivir juntos más que la de “colaborar”, esa punta de lanza de la práctica social gringa blanca, pues me parece que esas relaciones de “colaboración” convierten nuestro contacto con otros en una pura estrategia de producción capitalista. Colaborar es, de alguna manera, laborar juntos, ni siquiera trabajar juntos sino laborar. Y se labora siempre para algo, no se labora porque sí. La labor está inscrita en un sistema laboral, se regula por jerarquías y normas (por eso existe el Derecho Laboral) y se tipifica como un ejercicio productivo. Laborar es producir. Como no me interesa la producción de nada, me dediqué a pelear con los gringos de mi maestría por desterrar la idea de colaboración y abrazar el ejercicio más simple y profundo de la coexistencia. Mis palabras y mis gestos no tuvieron un interlocutor que dijera algo más que “wow, qué complejo e interesante”.

Luego volví a Colombia y, como parte de mi trabajo de entonces, debía participar de eventos y largos procesos internos en el seno de una organización internacional de iniciativas artísticas que incluye en su nombre la palabra Colaboratorio, ya no colaborativo sino “colaboratorio”, como si no solo fuéramos gente que labora junta sino que esa labor se desarrolla como un laboratorio. Desde el comienzo volví con el cuento y, el cuento, aunque tuvo momentos conmovedores, siguió pasando de largo.

En el curso de los últimos dos años, la pandemia y la guerra han venido a mostrarnos que no podremos salir de esto a menos que aprendamos a vivir juntos, a coexistir. Algunas voces en el campo particular del arte, empezando por voces dentro del ecosistema colaboratorial del que hablaba, empezaron a hacer eco de esas nociones de coexistencia para empujar programas en nuevas direcciones y para ampliar el espectro de posibilidades del arte y de la vida para algo más que “laborar”.

Claro, mi teoría de la coexistencia ha sido enunciada por otros, desde hace tiempo, quizás con otras palabras. La idea ha servido a muchos para generar sistemas de pensamiento, aunque no tanto para fomentar nuevos sistemas de vida. No digo que yo me inventara la idea de coexistir, ya Barthes o los situacionistas podrían patearme el culo por atrevido, cuando no gente como bell hooks o Brian Massumi, en fin.

Hoy, en mi búsqueda de becas y de opciones cualesquiera para no morir de hambre, me encontré una convocatoria más que sonaba fantástica, una convocatoria para ir a vivir a un castillo en Alemania y ocuparse, exactamente, de la noción de “coexistir”. Mientras leía la descripción de la convocatoria me di cuenta de que los requisitos para participar siguen estando ligados a todo lo que has producido y mostrado, a con quién lo has hecho y dónde lo has vendido: quiénes son tus colaboradores o tus colaboracionistas, cuáles tus vitrinas usuales, cómo ha salido el posicionamiento de tu práctica. Más allá del título y de lindas ideas en abstracto, nada se dice en realidad sobe vivir juntos. Coexistir, pues, pronto significará lo mismo que colaborar, y colaborar, lo sabemos, solo sirve para ampliar tu nicho de mercado. El sistema del arte, lo sabemos, es bien conservador en medio de su apocalíptica usual. Es triste que las posibilidades de repensarnos a partir de juntarnos solo se den para seguir formando pandillas que defienden a ultranza sus infraestucturas y territorios heredados. En fin, de repente ya es muy tarde para coexistir y deberíamos más bien abrazar la posibilidad de comorir, pues ya nos va a llegar la hora y nos cogió muy mal preparados.

Como es evidente, tampoco cumplo con los requisitos básicos para Coexistir en el marco de esa residencia (ni de ninguna).

decir adiós y al final no irse by Victor Albarracin Llanos

Hoy, temprano en la mañana, se quebró mi última posibilidad de conseguir trabajo en Cali; luego, se quebró el trapeador mientras Elizabeth trapeaba y un poquito después se quebró una mesita auxiliar llena de materas que también se quebraron mientras las regábamos. Sufrieron bastante daño suculentas, cactus, anturios y helechos. La lámina de aglomerado de la mesa estaba tan podrida que los tornillos de las patas de hierro fueron comiéndose el mdf hasta que se soltaron y la estructura colapsó. Mañana tendré que ir a buscar materas nuevas, a ver qué logró salvar, al menos en lo que toca a la vida de mis plantas maltrechas.

Las otras varias aplicaciones que he llenado en estos últimos meses, para trabajos, residencias, becas y estudios doctorales también han empezado a responderme que no, que muchas gracias. Las respuestas han llegado claras, contundentes, porque no es no y, cuando no es no, hay que tirar a quebrar. Quedan aún un par de silencios obstinados, de los que espero más quiebras y requiebros del espíritu y de la cabeza. Todas las fichas se alinearon muy bien en este ajedrez para mostrarme el panorama de mi juego bloqueado, de la imposibilidad de triunfo. Y es que, para mí, estar buscando cómo sobrevivir en lo que caiga, a estas alturas de la vida, era ya un fracaso, incluso si hubiera logrado mi objetivo.

No money, no honey, no love. Viví aquí feliz, mirando las nubes y sintiendo la brisita de la noche en el balcón. En todas partes hay cielo, eso lo sé. Pero me enamoré de este y voy a vivir entusado, extrañando la posibilidad de deshacerme cada tarde en esas nubes naranja y rosa. No sé qué sigue, ni sé si sigue algo. Nadie es monedita de oro y, siempre lo he tenido claro, yo mucho menos.

Toda esta semana, varios horóscopos de internet me fueron diciendo que todo iba a cambiar, que todo se iba a mover, que no intentara sanar lo que no puede ser sanado y un montón de cosas por el estilo. No es que crea en horóscopos de internet, pero me siento cerca de todas esas predicciones particulares. Ahora sigue ver qué sigue, a dónde ir, qué va a pasar.

Tengo tristeza por dejar este lugar, la casa que más he querido de todas por las que he pasado. Tengo el arriendo adelantado hasta mediados de mayo. Van a ser dos meses de suspiros. Perdónenme por dar tanta lata estos días con mis emociones quebradas. Les dejo el cielo de esta tarde para que les llegue brisa.

spooky actions at a distance by Victor Albarracin Llanos

Puede ser que, a veces, nos coincida la mirada sobre esa nube que se baña en rojo o en naranja.

Una triangulación improbable, justo cuando el sol empieza a dormirse.

De repente, una nube no es más que la coincidencia de dos miradas que se suspiran de lejos

para que la nube sea y para que se deshaga.

#SpookyActionsAtADistance

mariposa by Victor Albarracin Llanos

A las plantas les cayó la roya.

Llegaron cucarachas negras

que se agazapan entre las fisuras

de los mesones y de las tuberías viejas.

Las cosas no salen:

ni las de plata ni otras ningunas.

Hoy me dijeron

que dios aprieta pero no ahorca

y yo queriendo su mano en mi cuello

para acabar ya pronto y de una vez por todas.

Parecerían señales, todas de mal agüero.

Esta mañana, entre sueños cortados y reanudados con el dolor del ojo siempre al fondo, me dormí y soñé que oía gritos de emoción, como un estadio donde cabe el triunfo. Me paraba de la cama y levantaba el blackout: el cielo gris, casi negro. Violentas nubes de humo y ceniza. Las Tres Cruces habían hecho erupción. Los gritos de la gente contenían todas las emociones juntas. Entonces, comenzaba a temblar, el edificio se sacudía con fuerza y yo me entregaba, con miedo y alivio, a ese último sacudón.

Cuando al fin me desperté, salté de la cama y enrollé la cortina. Ahí seguía la montaña, intacta. No hubo volcán: aquí seguimos, envidiando a los pompeyanos consumidos en su sueño. Sin embargo, un guiño solar bailó ligero en el aire en forma de mariposa. Abrí la ventana y se fue.

Seguimos.

chamicito by Victor Albarracin Llanos

De repente, hay cada vez más relación entre el color del cielo al final de la tarde y las texturas de mi ánimo: nube reformada y deshecha por los vientos. Me gustan las nubes ligeras que se deshacen sin drama en el azul de oro de muchas de mis tardes porque me aligeran también el aliento y me quitan del pecho el peso muerto de los ladrillos que cargo. Pero también me gusta ese cielo de leche que es pura nube sin forma, neblina fantasmal descomponedora de la luz solar en escalas de grises. Un cielo que arropa y aprieta, que congela y que quema a la vez con su escalofrío monocromático. Un cielo plomizo y difuso, negador de bordes y de sustancias, un cielo insustancial e insulso, perfecto para paladear el sabor amargo en la boca, la baba seca adherida en las comisuras, la garganta pastosa por la falta de agua y por la ausencia de risa. Cielo de labios partidos, de besos negados. Hoy, ese era el cielo desde temprano en la tarde y, desde temprano en la tarde, ese cielo me gritaba que no creyera en las mentiras del sol, enemigo de la tundra, único clima del pensamiento que persevera ya sin ilusión. Tuve que venir a masticar esta palabrería sonsa para no convertirme en callo, para soplar el chamicito que aún queda encendido aunque ya no hay madera, aunque ya no hay pulmón para soplar, aunque ya no hay pulso para sostener la rama seca de los días consumidos que se desintegra en ceniza renegrida y manchosa. Necesité hoy estas palabras rimbombantes para hacerme una trinchera que proteja mi cuerpo blandito, lleno de dolores sin nombre y sin diagnóstico, mi cuerpo lleno de promesas decadentes, mi cuerpo que ya no es de hombre (si es que alguna vez lo fue) y que ya no aspira siquiera a seguir llamándose cuerpo. He alcanzado la condición de ruina y solo espero ahora, cuando ya la leche del cielo se hizo negra, que esa condición se me respete. Ser ruina es aceptar el abandono de la propia estructura que solo a pedazos se boceta, comida por los líquenes del monte y por los musgos disimuladores de nuestras arquitecturas tras el desplome de ese pedazo del edificio que ya resulta demasiado caro restaurar, que ya no tiene esperanza de volver a funcionar, que se contenta acaso con mantener una fracción de muro o una escalera erguida para señalar que allí hubo una casa o una escuela o un hospital o una cárcel o un putiadero y que ni la casa ni la escuela ni el hospital ni la cárcel ni el putiadero están más y que es un alivio que ya no estén y que no nos impidan largarnos a buscar otro cielo o el mismo, libres de toda obligación de ser funcionales, de ser profesionales, de ser confiables, de ser precisos, de vivir manifestando nuestra añoranza de más paredes y más escalones para mejor abrazar la horizontalidad y el horizonte sin presa ni verdad. El cielo blanco, el cielo gris y el cielo de grafito ceniciento son buenos para escondernos y para rendirnos, cansados como estamos de ser los hijos bastardos del sol, que siempre nos vio feos e insuficientes pero que se negó a devorarnos porque precisa de la adoración de un pueblo turbio para brillar.

Dame la mano, llévame a tu cueva, inventemos una luz negra, una tierra de sombras luminiscentes que no nos deje ciegos una vez más.

sobre una toma en el tarra, hace unos años ya by Victor Albarracin Llanos

Pensando hoy en lo que ha sido este último año, nada más que la exacerbación de una historia nacional sangrienta y miserable, me quedo viendo las imágenes de lo que está pasando en el Tarra, donde el ejército y sus socios de las disidencias decidieron darse plomo en medio de la celebración del Día del Niño, sembrando el pánico entre cientos de bebés, porque ni a niños llegaban. Me quedo divagando, entonces, sobre eso de lo que tanto se habla estos días: el perdón.

Pero pienso en el perdón al revés, no en el perdón del pueblo para sus victimarios que, sabemos, ni les va ni les viene, como les es indiferente a las hienas el perdón del ternerito cazado, sino en ese otro perdón, el único necesario: el perdón de los verdugos a sus víctimas. Y es que no nos perdonan; no nos perdona el presidente, no nos perdonan los ministros, no nos perdona el general Zapateiro ni nos perdonan Gentil Duarte, ni Guacho, ni los Úsuga, ni Vicky Dávila, ni Alex Char. Somos imperdonables para Luis Carlos Sarmiento Angulo y para Jose Félix Lafaurie y nadie nos desprecia más que su ingeniosa esposa y sus cuatro hijos que no solo heredarán media Colombia sino también el odio que sus padres y su selecto círculo social les han inculcado por todo aquel que no se doblegue ante ellos. No nos perdona tampoco la nieta de Guillermo Leon Valencia y, su santo patrón, Álvaro Uribe Velez, nos odia tanto que no solo nos hace morir de hambre y de tristeza sino que coordinó a todos los demás odiadores para mandarnos matar, para descuartizarnos y para desaparecer a los más empobrecidos de entre nosotros arrebatándoles, de paso, el derecho a ser recordados como seres humanos. Su odio es tal que en su cabeza solo podemos ser pensados como una cifra creciente de cadáveres sin nombre y sin restos.

¿Por qué nos odian? ¿Por qué no somos dignos de su perdón? Se supone que lo que se perdona es la ofensa y, me pregunto, entonces, cómo es que nuestra incapacidad histórica de ofenderlos con contundencia los ha ofendido tanto. Cómo es que un pueblo llevado al hambre, despojado, desplazado y privado de casi todos esos derechos por los que, se supone, debemos ser considerados ‘humanos’ los ha ofendido sin agravio, al punto de merecer la saña, la crueldad y el desprecio que ni siquiera nos regalan sino que debemos pagarles a diario y con intereses.

¿Cuál es la deuda? ¿Qué es eso que, tras siglos de sacrificio, aún no les hemos pagado?

En el fondo pienso que el perdón solo se da entre iguales, porque el perdón, a diferencia de la absolución, no se da por decreto del poderoso. Y si algo no somos es iguales a ellos, eso está claro. ¿Debemos acaso igualarnos? ¿Debemos darles cicuta a los hijos recién nacidos de la clase dirigente? ¿Debemos quemar sus mansiones y condominios campestres con ellos encerrados? ¿Debemos optar por darles la misma crueldad, esa única cosa que nos dan sin tacañería? ¿Es acaso el no mostrarles a ellos que también son humanos, frágiles y simples mortales y no dioses, como creen ser, la razón de su odio atávico? ¿Es ese odio la forma que estructura un ruego de fragilidad? No lo sé, pero sé que no les daremos esa muerte del modo en que ellos nos la dan. Aunque nos lo están pidiendo, no los enterraremos ni los atormentaremos en vida, no les quitaremos nada ni les haremos daño. Nunca lo hemos hecho y, tal vez por eso, no somos dignos de respeto, pues, el respeto entre los de su clase parece solo nacer del terror.

¿Cómo vamos a negociar el perdón que merecemos y que nos es siempre negado? ¿Quién puede interceder por nosotros? Parecería que su castigo último, a falta de poder perdonarnos, será perpetuarse por siempre, solos, sin esa servidumbre a la que, con odio, diezmaron. ¿Y nosotros? Tal vez solo nos quede replegarnos de nuevo, tal vez solo podamos ya pensar en el quilombo, en el palenque, en el villorio perdido donde nos tendremos que afilar los dientes y las uñas terrosas, desesperados, para que por lo menos tengan miedo de ir a cazarnos con sus propias manos cuando ya todos sus sicarios se hayan matado entre sí después de habernos matado a todos los demás.

La tristeza de este país no tiene nombre y solo nos queda un intento para intentar no sucumbir. Yo les digo aquí, desde mi pequeñez, que ni los perdono ni me olvido, porque solo mirándolos a los ojos, llenos de rabia, podremos hacer que nos pidan perdón y, al fin, podamos así abrazarnos. Solo una acción masiva, un maremoto de desclasados, podrá hacerlos considerar, al menos como farsa que los resguarde de la tragedia, decir ‘lo siento’. A los nadies, a los pobres, a quienes hemos sido forzados al fracaso eterno, a la pérdida y al dolor les digo: vamos a aplastarlos en las urnas, sin que muera nadie, a ver si así se caen del Olimpo ubérrimo para empezar a untarse las manos de tierra en lugar de más sangre.

la casa by Victor Albarracin Llanos

Me imagino la casa, con bosquecito y quebrada,

le imagino estufa de leña y neblina por la mañana

rocío sobre las rosas y las flores de un curubo.

Siempre imagino de más, inventando mil detalles.

De pronto, la casa es moderna: con estufa y con ducha de gas.

A lo mejor no tiene rosas, ni tiene buganvilias

y, en vez de curubas, crece solo maleza.

Pero, en mi mente, florece el rosal majestuoso

y la comida huele a madera, a carbón de palo

que ahuma las ollas.

Para mí, la curuba está madura, dulce y astringente

y la neblina es espesa pero se despeja pronto

para que el sol amable te brille en los ojitos.

No importa cómo es la casa, porque ya la imagino

como una prolongación de tu voz

como una risita tonta

como un suspiro de brisa.

Recógete un poquito y mira las nubes:

la que parece un conejo y la que parece un pan,

un perro sacando la lengua, un ovni sabanero.

Te dejo ahí en la casa, calentita y aireada,

luminosa y mullida, con cojines y con mantas.

Descansa de todo, cierra los ojos

y canta cosas lindas que luego se te olviden.

una mano con otra by Victor Albarracin Llanos

Quisiera agarrar tu mano,

sin que importe ya quién seas

pero es puro rasguñar el aire

y solo me queda agarrarme,

agarrarme una mano con otra

y hacerme plastica en la cama.

Quisiera tener fuerza, voluntad y sentido,

acción, tiempo y visión, como en ese tema punki

pero no hay causa que llame

ni amor que me ilumine.

Solo me queda una mano

para agarrarme la otra.

En otro momento, quizás,

me habría entregado a la nada,

pero hoy, una mano con otra

se saben acariciar.

No sé qué sigo haciendo en el mundo

sin afán ya de irme o de quedarme.

Se puede vivir sin sentido

Se puede olvidar la ilusión

Se vive en pobreza y silencio

y aún así el agua refresca

la lágrima brota

la sonrisa estalla

esperando a perder los dientes.

poema para un imbécil by Victor Albarracin Llanos

incluso siento ternura por esa, tu maldad tan torpe,

torpe como tus palabras: mezquinas y atrabiliarias.

ya ni con viagra levantas tu rabia convertida en odio,

sobre todo el que despliegas por ti mismo y por tus cosas.

me conmueven tus gestos de macho,

siempre igual de pequeñajos,

tan pequeños como tú cuando te ves al espejo.

sonrío, aunque un poco triste, pues te conozco de marras

y veo que con los años tan solo te has reducido;

te has empequeñecido tanto que llegaste a tu tamaño justo:

el de sicario irrisorio disfrazado de memero.

sin solaz pasan tus días, defendiendo causas infames:

al pintor que viola estudiantes

y al golpeador de mujeres,

reflejos de tu propia vida que te hacen sentir cancelado.

no eres reemplazo de nada, ya todos te reemplazaron,

te rodeaste de esperpentos que festejan tu ruindad

y así te pasas los días evitando verte de frente.

disminuido, como estás, cambiaste la razón por odio

porque el cariño, guillermo, siempre te ha quedado grande.

tamal by Victor Albarracin Llanos

Vine a comerme un tamal y cayó un segundo

aguacero / el techo de vidrio templado totea como si cayeran piedras / ya nada más se escucha el cielo viniéndose al piso / y yo miro hacia la salida / curioso de si va a parar / dejé el pollo enterito, la carne y ese cuero raro / que es como gelatina entre el arroz con alverjas.

Atrapado y lleno / trozo de hielo en la escarcha / se me derrite una lágrima / sobre la presa intacta.

Gotas de lluvia, no es el rocío / lágrimas que vienen del corazón / suena al tiempo con mi llanto / la banda sonora perfecta no existe / me da pena y me limpio la cara / con la servilleta pegotuda y manchada de amarillo.

Parece que escampa / qué buena, charanga / qué suave, se baila.

No más lágrimas / ya apenas llovizna / regreso a la calle / las gotas ayudan al llorón discreto /

Adiós, por lo pronto.

destello bravío by Victor Albarracin Llanos

De entre todos los placeres,

me doy a los de estas señoras

de cuerpos embarnecidos,

de peinados como cascos

hechos con laca y cepillo,

sin tintes ni cortes en capas.

Escogería aquellos placeres

de señoras con collar de perlas,

de sastres pasados de moda,

de chales y enaguas de seda.

Daría la vida por los churros,

por todas las confituras,

por la miel de la provincia

que no le teme a las sombras.

De toda posible historia, escogería las suyas

de paisajes improbables

y volar sobre dragones.

Yo escogería, si pudiera,

esas amigas que se lamen,

que se acarician despacio,

hechas densidad del tiempo:

escogería ese llanto,

dolor del marido muerto,

escape del marido vivo

mentecato e inútil.

Escogería ese duelo

y el salchichón madurado;

me amañaría en la estancia,

en el salón obsoleto,

sentado en sillones de antes

que han durado hasta hoy

a fuerza de puro cuidado:

ya ruina, sí, pero ruina con decoro,

embalsamamiento de casa,

escoba, cera y viruta.

De todos los pueblos posibles,

me iría para Extremadura,

donde ya no vive nadie

excepto unos viejos chalados.

Ninguna historia de rubias

vapuleadas por su fama,

nada de tríos de stars,

nada de fetos parlantes.

Yo ya escogí a estas otras:

a María, a Isa y a Cita.

Quiero ser una de ellas,

señoras de pueblo fantasma,

vidas de ruina y placeres,

de soledades juntadas,

de esperanzas en la nada.

Quisiera abrazarlas cantando

la del novio aceitunero,

quisiera bailar sin talento,

como un temblor de la tierra,

como el destello bravío que llega para llevarnos,

que nos invita a huir de casa,

a ahogarnos en el mar,

a tocarnos despacito,

lamiendo nuestras carnes flojas,

abrazándonos en la muerte

que ya casito nos lleva,

deseándonos en la vida

que ya se nos va a acabar.

en un club de pesca, frente al río de la plata by Victor Albarracin Llanos

Me siento a mirar el agua y me quedo viendo las piedras llenas de aristas y las piedritas que no llegan a ser suaves. Veo los barcos a lo lejos, largándose despacio yo no sé a dónde. Después vuelven los ojos a reposar en el oleaje mansito dándole un respiro a la emoción de las rocas cuando me empiezo a sentir cortado por los filos. Hay una topografía de mis emociones que me resulta a veces un poco siniestra, casi siempre triste, la mayoría del tiempo, estéril y, de vez en cuando, cantarina. A menudo, también, se me mezclan unas con otras y ahí es cuando más me siento el sentimiento. Me quedan dos semanas de este horizonte que me ha ayudado a ponerme lejos de todo en un mundo nuevo, pero no se puede escapar de uno mismo para siempre.

máquina inútil del autodespojo by Victor Albarracin Llanos

A las 10 y media tiré el pedazo de carne en la sartén untada de grasa vieja. Lo tiré con rabia y sin sal ni pimienta. Lo dejé quemarse y lo volví a tirar sobre un plato sucio. Comí con rabia y sin acompañamientos, sin papa y sin ensalada, sin jugo ni postre, embutiéndome esa parte que ya no es más que cadáver chamuscado. Pude haberle puesto una hojita de algo, una cebolla en julianas, una mentira más que no me deje ver el fondo, pero hay que ver el fondo a veces; a veces hay que darse en el cráneo contra el muro de la verdad. Me pasé el día entero frente a la pantalla del computador, revisando la redacción y la ortografía de un inventario de maquinarias sin interés. Me obligué a no distraerme, con rabia, con asco y con convicción: si esta es la vida, dale, dale con toda, hijueputa, que así sea:  cadáver sin sustancia, jornal sin cognición. Basta ya de creerte las falsas mejoras, los buenos tiempos por venir, la ilusión de cambio. Vives así, sobrevive así, detesta así. Llénate y cánsate, desvélate y acábate. Desagradece y cumple. Ha venido siendo y será. Sin moraleja y sin lección, sin sonrisa y sin espíritu. Máquina inútil del autodespojo, convéncete y no pares.

artaud by Victor Albarracin Llanos

Hice un dibujo hace unas noches, mientras pensaba en la nueva reducción de mi visión. No voy a contarles el porqué, o no aún, porque aún me duele el orgullo y me hierve rencor en la sangre, pero el hecho es que, desde hace un par de semanas, mi visión ha empeorado y veo todo más borroso. Así que hice ese dibujo tratando de aceptar esa especie de don que trae consigo un mundo de bordes difuminados. Ahí donde he sido herido, ahí donde un filo me haya cortado, ahí donde la solidez de todo te ha hecho daño a golpes o donde la superficie áspera del suelo te ha raspado el cuerpo, Justo ahí deberíamos poner un borrón borroso, una nube vaporosa, una semidesintegración de todo que nos traiga de vuelta la suavidad, porque eso es lo borroso, la promesa visual de un universo de la tactilidad suave, algodonosa y deshaciente en la que todo se mezcla y renuncia a ser esto o aquello.

Acabo de volver de la montaña. Entré a la casa, acaricié el pelaje suavecito de la gata y decidí buscar mi horóscopo de hoy en el libro de Artaud de los Tarahumara. Me salió esto, espero que lo disfruten:

[…] no se llega a él sin haber atravesado un desgarramiento y una angustia, después de lo cual uno se siente como regresado y transportado al otro lado de las cosas y se deja de comprender el mundo que se acaba de abandonar.

Digo bien: transportado al otro lado de las cosas, y como si una fuerza terrible te hubiese concedido la gracia de verte restituido a lo que existe en el otro lado. Uno deja de sentir el cuerpo, al que acaba de abandonar y que le daba seguridad con sus límites; en cambio, se siente mucho más feliz de pertenecer a lo ilimitado que a sí mismo, pues comprende que lo que era ese sí mismo procede de la cabeza de ese algo ilimitado, el Infinito, y que uno va a verlo. Se siente uno como dentro de una ola gaseosa que desprende por todas partes un incesante chisporroteo.

Cosas salidas como de lo que era el propio bazo, el propio hígado, estallan en esa atmósfera que vacila entre el gas y el agua, pero que parece convocar las cosas y ordenarles que se reúnan.