









(escuela incierta) (2017-2019)
En 2016, tras una serie de conversaciones con el equipo de lugar a dudas, propuse y fuimos armando una idea que planteaba lo escolar como base operativa. (escuela incierta), puesta así, siempre entre paréntesis y en minúsculas, nació como una criatura demandante que empezó a consumir una gran cantidad de tiempo, de espacio y de energía para lograr consolidarse. Basada en distintos programas de estudios independientes y escuelas de verano, empezó a armarse como un híbrido que, de alguna manera, se resiste a los proyectos pedagógicos de la subalternidad, a los supuestos de horizontalidad y a la vocación consensual en la construcción de saberes. Por el contrario, (escuela incierta) se planteó excesiva, discursiva, densa, excéntrica, no demasiado interesada en la experimentación metodológica en sus sesiones, pero siempre dispuesta a involucrar prácticas, derivas, salidas de campo y otros mecanismos de relación con el afuera. Terminamos dando vida a una experiencia de desgaste continuo que exigía de sus participantes tiempo y voluntad. El objetivo de esta escuela no era la producción de conocimiento ni de claridad. Su vocación era más bien la del derroche de ideas, de posturas, de conceptos, de puntos de vista, de densidades puestas en escena para un grupo conformado por estudiantes que en principio eran más bien locales pero que tendió a internacionalizarse. Con un esquema de trabajo a razón de seis días por semana y alrededor de ocho horas por día, la escuela no buscaba el descubrimiento de ningún talento, el desarrollo de ninguna habilidad, ni la producción de ningún saber. Lo que buscaba, en resumidas cuentas, era articular un espacio de delirio en el que, muchas veces, se juntaban en un mismo día contenidos opuestos, abstracciones y discusiones sin objeto aparente que se iban acumulando en los cuerpos de los participantes como una cacofonía, como una convención de fantasmas que empiezan a discutir entre sí en las cabezas que los acogían. Si (escuela incierta) fue algo, era el ejercicio de poner entre paréntesis la vida de quienes se vinculaban a ella durante seis semanas para luego soltarlos de vuelta al día a día, con mucho por masticar. El programa, que sesionó entre junio y agosto, de 2017 a 2019, eligió como excusas argumentales, en 2017, la tensión entre ocio y trabajo, en 2018, la noción de “oculturas” como un universo de juego en torno a discursos y prácticas de la opacidad y, en 2019, la relación ente placer y conspiración como marco de un proceso de restitución del deseo y del placer, comprendidos siempre como herramientas de dislocación de la norma y del consenso. La intuición que articulaba este modo de estudio tiene que ver con la confianza en los procesos lentos de depuración de las ideas, con el tiempo de rumia personal para discutir consigo mismos y poco a poco, nociones que no se incorporarían como parte del propio pensamiento a partir de respuestas rápidas, con la imposibilidad de absorber racionalmente la totalidad de la información presentada y, en consecuencia, con un trabajo arduo de seleccionar o, más bien, con la capacidad de verse más afectados por ciertos conjuntos de ideas que por otros.
Por otro lado, al juntar un grupo de personas con intereses y bagajes distintos, sometidos a un nivel de presión fuerte durante un mes y medio, es claro que las válvulas de escape se activan, y la ciudad de Cali ofrecía un escenario perfecto para que la liberación de esa presión encuentre siempre nichos y ocasiones de estallar. Así, lo que sucedía de día, se desdoblaba de noche en el espacio abierto de la ciudad, desde el cuerpo, desde la ausencia de transiciones suaves, desde las violencias y las seducciones de un lugar lleno de sombras y de destellos. Este juego de interacciones a distintos niveles, que tenía lugar en medio de una dislocación de las rutinas de la propia vida –una ciudad que es ajena, un grupo de personas que están por conocerse, una serie de expectativas, unos preconceptos en juego y un bagaje personal puesto en tensión–, construyeron relaciones intensas entre quienes se involucraban en el proceso. Un poco secta, un poco grupo de apoyo y un poco familia, las lógicas internas de (escuela incierta) dieron forma a una entidad deforme, a una masa de pulsiones y de identidades en pugna o con afán de fusionarse con otras.
Aunque podemos decir que (escuela incierta) es un ejercicio que incorpora y pone en marcha violencias distintas en torno a lo que es una escuela, a lo que significa aprender y a los modos en los que nos juntamos con otros a escuchar, a hacernos preguntas y a dudar de la dirección y del sentido de unas líneas de pensamiento que se proyectan desde ejes distintos y en múltiples formas, podríamos también pensar que lo que realmente resulta radical de su estrategia es la manera en la que teje un presente colectivo, una utopía temporal, un espacio de mutuo consuelo en el que se deja de simplemente sobrevivir, para coexistir.
(escuela incierta) vio su existencia truncada en 2020, cuando su cuarta versión debió ser cancelada por cuenta de la pandemia y el posterior cierre de lugar a dudas. En este momento, el proyecto busca una nueva institución que la acoja. En sus tres años iniciales, hicieron parte de su cuerpo docente:
Alejandro Martín – Beatriz Eugenia Díaz – Boris Ondreicka – Bruno Mazzoldi – Camilo Vega – Carl Abrahamsson – Catalina Lozano – Clara López Menéndez – Dick Verdult – Don Nadie – Duen Sacchi – Eric L. Santner – Erick Beltrán – Ericka Flórez – Ernesto Hernández – Fabiana Faleiros – François Bucher – Jaime Cerón – James Benning – Jennifer Moon – Jessica Mitrani – José Covo – Juan Cárdenas – Juan Mejía – Kurt Hollander – Laagencia – Leandra Plaza – Liliana Vélez – Lizzie Borden – Lucas Ospina – Luciana Cadahia – Luisa Ungar – Magda de Santo – Margarida Méndes – María Angélica Madero – Michael Ned Holte – Michael Taussig – Natalia Brizuela – Nicola Masciandaro – Oscar Muñoz – Raymond Chaves – Scott Benzel – Sebastián Restrepo – Sofía Olascoaga – Suely Rolnik – Tupac Cruz – Vanessa Place – Vanessa Sinclair – Víctor Albarracín Llanos.