






















lugar a dudas (2016-2020)
Llegué a Cali en febrero de 2016, después de un par de años en Los Ángeles como becario Fulbright. Cali es una ciudad cálida y la brisa del Pacífico baña las tardes. lugar a dudas fue un espacio de arte fundado en 2005 por Oscar Muñoz y Sally Mizrachi. El espacio funcionó por más de quince años, convirtiéndose en punto de referencia para otras iniciativas de artistas en las Américas. Fui nombrado director artístico, con carta blanca para proponer eventos, hacer cambios estructurales y redefinir programas. lugar a dudas era un espacio en el que la conversación permanente del equipo y la negociación grupal de decisiones resultaba fundamental. Durante mi estadía, redefinimos las prioridades, reconfiguramos los programas de exhibición y cambiamos la forma en que interactuábamos con las diferentes comunidades de artistas y agentes culturales en la ciudad. Hicimos nuestros procesos menos burocráticos, aligerando el aspecto institucional para convertirnos en un contenedor abierto, atentos a las proposiciones de los demás y a las voces de los grupos con los que antes no interactuábamos. Dirigimos nuestra (escuela incierta), elaboramos un plan básico de publicaciones, generamos espacios para el ensayo y la improvisación y buscamos recursos que nos permitieran seguir adelante.
lugar a dudas cambió durante mi periodo como director artístico y curador, se cuestionó sus lógicas internas y adquirió una vida propia, más allá de nuestras decisiones: Modestas exhibiciones de artistas, charlas, talleres y proyecciones de películas tuvieron lugar de manera a veces apabullante; el programa de residencia recibió a más de 20 artistas, curadores e investigadores de todo el mundo cada año y, gracias a la erupción de procesos y eventos simultáneos, fuimos perdiendo el control de lo que estaba sucediendo pues, en cierto punto, no queríamos ya controlar lo que pudiera ocurrir. Algunos días, grupos de personas llegaban para estudiar o mantener discusiones. A veces había compañías de teatro experimental que se tomaban toda la casa como escenario para sus obras. Con frecuencia, fuimos anfitriones de un colectivo de mujeres afro que se reunían para compartir historias personales, discutiendo los dolores y la gloria de su cabello rizado como una forma de alimentar su hermandad. Otras mujeres llegaban algunas tardes a bailar salsa en un espacio sin hombres que las objetualizaran y otras mujeres venían en la mañana a entrenar técnicas de autodefensa y a hablar de sus experiencias de abuso y violación. Algunas noches tocaban bandas de punk, de new wave, de noise o de música tradicional del Pacífico que ensayaban en el patio ante audiencias reducidas o a veces con la casa a reventar. Muchas veces todo sucedía al mismo tiempo, invitando a diferentes grupos de personas a sumar sus voces a la cacofonía general. Durante mis años allí, fuimos felices de no ser el centro de nuestro propio mundo.
En lugar a dudas, aprendimos a resistirnos a la supervivencia forzada. Después de muchas discusiones y propuestas, nos hicimos conscientes de que, sobre todo, nuestra función social ya no era la promoción, el apoyo y la lucha por el avance de las prácticas artísticas y la cultura, sino la lucha por la vida, la acción y el derecho a dar un paso al costado, a torcer los ojos y a unirse con otros, deformes, disfuncionales y liberados del peso de tener un propósito. Como institución, pensamos que estas eran las ideas que debíamos defender y la defensa de esas ideas implicaba un acto de resistencia y la decisión de convertirnos en una organización de distinta naturaleza. No fuimos una industria cultural, no fuimos parte de la economía naranja, no estuvimos interesados en los procesos de capitalización y no quisimos que nuestros proyectos fueran evaluados bajo el lente de la rentabilidad, por lo que no vendimos a nuestros socios y amigos, a nuestra comunidad, en paquetes de negros, pobres, lgbti, etcétera. Incluso sabiendo que siete u ocho de cada diez patrocinadores en el campo del arte solo dan dinero ahora para "proyectos sociales con comunidades vulnerables". El papel de la cultura es actuar contra la muerte, no perpetuar un sistema económico desigual e injusto que utiliza la práctica social como una forma muy efectiva de blanqueamiento, para dar nombres más cómodos a la alteridad radical.
Finalmente, se podría decir que las instituciones y organizaciones culturales son cuerpos, seres vivos que tienen diferentes ciclos de vida según sus contextos, sus condiciones particulares, la benevolencia de su entorno y su posición dentro de la cadena alimentaria. Forzar la supervivencia de una organización cultural es, en cierto modo, equivalente a forzar la vida de un ser humano que no tiene autonomía. Por eso, ante el escenario último y cruel de la desaparición, dijimos, como lo hizo Neil Young, que “es mejor explotar que desvanecerse”, pero también, a través del reconocimiento de nuestra propia mortalidad, quisimos disfrutar del aire en nuestros pulmones, así como de nuestros traumas y vacilaciones, siempre implicados en el nombre de este espacio que buscó defender lo torcido, lo sombrío, lo opaco, lo anónimo, lo frágil y todas esas manifestaciones de lo minoritario que no resultan tan espectaculares a los ojos de los inversionistas.
Sitio web de lugar a dudas Palmeras en la tormenta. Una historia de lugar a dudas Artículo y entrevista de Bea Espejo a Víctor Albarracín sobre lugar a dudas